quinta-feira, 14 de janeiro de 2010

Tche Guevara



"Quien aspire a ser dirigente tiene que poder enfrentarse, o mejor dicho exponerse al

veredicto de las masas”

Che

Ernesto Guevara de la Serna





EL CHE Y EL -ELN



El Che dijo un día a las guerrillas en Bolivia:



Este tipo de lucha nos da la oportunidad de convertirnos en revolucionarios, el escalón más alto de la especie humana, pero también nos permite graduarnos de hombres; los que no puedan alcanzar ninguno de estos dos estadios deben decirlo y dejar la lucha.



Los que con él lucharon hasta el final se hicieron acreedores de estos honrosos calificativos. Ellos simbolizan el tipo de revolucionarios y de hombres a quienes la historia en esta hora convoca para una tarea verdaderamente dura y difícil: la transformación revolucionaria de América Latina.

El enemigo que enfrentaron los próceres de la primera lucha por la independencia era un poder colonial decadente. Los revolucionarios de hoy tienen por enemigo al baluarte más poderoso del campo imperialista, equipado con la técnica y la industria más moderna.

Ese enemigo no solo organizó y equipó de nuevo un ejército en Bolivia, donde el pueblo había destruido la anterior fuerza militar represiva, y el brindó inmediatamente el auxilio de sus armas y asistentes militares y técnico en la misma medida a todas las fuerzas represivas de este continente. Y cuando no bastan esas medidas, interviene directamente con sus tropas como lo hizo en Santo Domingo.

Para luchar contra ese enemigo se requiere el tipo de revolucionarios y de hombres de que hablo el Che. Sin ese tipo de revolucionarios y de hombres, dispuestos a hacer lo que ellos hicieron; sin el ánimo de enfrentarse a enormes obstáculos que ellos tuvieron; sin la decisión de morir que ellos los acompaño en todo instante; sin la convicción profunda de la de la justicia de su causa y la fe inconmovible en la fuerza invencible de los pueblos que ellos albergaron frente a un poder como el imperialismo yanqui, cuyos recursos militares, técnicos y económicos se hacen sentir en todo el mundo, la liberación de los pueblos de este continente no sería alcanzada.

El propio pueblo norteamericano, que empieza a tomar conciencia de que la monstruosa superestructura política que rige su país no es ya hace mucho rato la idílica república burguesa que sus fundadores establecieron hace casi doscientos años, está sufriendo en un grado cada vez más alto la barbarie moral de un sistema irracional, enajenante, deshumanizado y brutal, que cobra en el pueblo norteamericano cada vez más victimas de sus guerras agresivas, sus crímenes políticos, sus aberraciones raciales, su mezquina jerarquización del ser humano y el repugnante derroche de recursos económicos, científicos y humanos de sus desmesurado aparato militar, reaccionario y represivo, en medio de un mundo en sus tres cuartas partes subdesarrollado y hambriento.

Pero solo la transformación revolucionaria de América Latina permitiría al pueblo de Estados Unidos ajustar sus propias cuentas con ese mismo imperialismo, a la vez que en la misma medida la lucha creciente del pueblo norteamericano contra la política imperialista podría convertirlo en aliado decisivo del movimiento revolucionario en América Latina.

Y si esta parte del hemisferio no sufre una profunda transformación revolucionaria, la enorme diferencia y desequilibrio que se produjo a principios de este siglo entre la pujante nación que se industrializaba rápidamente, al mismo paso que marchaba por la propia ley de su dinámica social y económica hacia cumbres imperialistas, y el haz de países débiles y estancados, sometidos a la coyunda de oligarquías feudales y sus ejércitos reaccionarios, en el balcanizado resto del continente americano, será apenas un pálido reflejo no ya del enorme desnivel actual en la economía, en la ciencia y la técnica, sino del espantoso desequilibrio que, a pasos cada vez acelerados, en veinte años más, la superestructura imperialista impondrá a los pueblos de América Latina.







El 08 de octubre de 1967, se libro en la Higuera, localidad de Vallegrande, en la zona oriental de Bolivia, un combate entre rangers del ejército boliviano, adiestrados por veteranos yanquis de Vietnam, y el último destacamento guerrillero del Ejercito de Liberación Nacional ( ELN). Al frente de la guerrilla estaba su jefe Ernesto Che Guevara, un patriota latinoamericano nacido en Argentina. La victoria del ejército quedó históricamente manchada por el asesinato del Che, ordenado por la CIA. El Comandante Guevara, herido en una pierna, fue rematado en el interior de una escuelita de Vallegrande, que le sirvió de prisión durante algunas horas.

El combate de la higuera cerró de modo trágico la primera etapa de un plan revolucionario calculado para diez o quince años.

Diez combatientes del ELN sobrevivieron, entre ellos tres cubanos: Harry Villegas Tamayo, Pombo; Daniel Alarcón Ramírez, Benigno; Y Leonardo Tamayo Núñez, Urbano. Ellos y dos bolivianos: Guido, Inti Peredo Leigue, Y David Adriazola, Dario, además de un tercer boliviano al que solo se conoce por su seudónimo de ÑATO, y que más tarde murió, formaron una escuadra y se alejaron del lugar. Los otros cuatro sobrevivientes del ELN, a su vez, tomaron diferente rumbo y finalmente cayeron en una emboscada del ejército, que los masacró.

Cuatro mese y medio más tarde, Pombo, Urbano y Benigno aparecieron a 1750 km de distancia de la Higuera, cerca de la localidad de Camiña, en el desierto de la provincia de Tarapacá, Chile. Los acompañaban dos bolivianos: Efraín Quiñones Aguilar (treinta y ocho años) y Estanislao Vilca Colque (veintinueve años).

Los cinco iban desarmados y los encontró un periodista chileno, Luis Berenguela, corresponsal de las Últimas Noticias, de Santiago, a quien expresaron su deseo de ponerse en contacto con las autoridades chilenas y solicitar facilidades parea retornar a Cuba.

La hazaña de los tres guerrilleros del ELN boliviano- cuyas cabezas fueron puestas a precio por la dictadura del general René Barrientos- conmovió a Chile y a la opinión pública internacional.



cc. Edu




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